Tras una larga jornada laboral, Judith llega a casa, pone a su hijo Theo, de seis años, en la bañera y comienza a cocinar. La abuela vendrá hoy a cenar. Un cuarto de hora más tarde, pide a su hijo que salga del agua y que se ponga el pijama, pero el niño se niega. La mujer, de 37 años, deja que transcurran cinco minutos para que se haga a la idea y le vuelve a pedir que salga de ahí. Segundo intento fallido. Prueba convencerlo a través de la comprensión y argumentación: entiende que quiera seguir en la bañera, pero ya es muy tarde, la cena está casi lista y, si permanece más rato en la bañera, se acostará a las tantas y mañana no habrá quien lo levante. No sirve de nada; al contrario, el pano rama se torna incluso más desfavorable: Theo expresa su disgusto y reprocha a su madre que nunca le deja tiempo para jugar en la bañera. Judith se enfada, alza la voz y saca al niño a la fuerza del agua. Theo empieza a llorar. Su madre le recrimina: «En mi época, esto no habría sucedido. Los niños de entonces obedecíamos». Judith se siente fracasada. Duerme mal, las dudas sobre sí misma la atormentan y tiene sentimientos de culpabilidad. ¿Por qué no logra hacerse respetar? ¿Por qué sus hijos se lo ponen tan difícil? Su hija adolescente hace lo que quiere. Además, desde que su marido se encuentra muchos días fuera de casa por motivos de trabajo, debe imponerse al cada vez más testarudo Theo. Ya no sabe cómo afrontar el día a día. Se siente agotada y vacía. El deseo de estar en otra parte y de dejar todo atrás se vuelve cada vez más frecuente e intenso. Ya no le da alegría ocuparse de sus hijos. ¿Es normal lo que le sucede?
Los psicólogos emplearon por primera vez a finales de los años sesenta del siglo xx el término síndrome de desgaste (burnout) para describir las consecuencias del estrés crónico en el trabajo. En este sentido, la investiga ción relacionaba este tipo de trastorno, sobre todo, con las profesiones dedicadas al cuidado de otras personas, como individuos de edad avanzada o enfermos. Los síntomas típicos eran el agotamiento, la indiferencia, un rendimiento bajo y una identificación cada vez menor con la ocupación laboral. La mayoría de los trabajadores que presentaban este tipo de síndrome eran los que habían estado más comprometidos con su trabajo. En los años ochenta fue cuando, por primera vez, algunos científicos consideraron que también algunos padres podían sufrir el síndrome de desgaste. No obstante, investigaron solo a madres y padres con hijos que sufrían una enfermedad crónica, sin considerar a la población general de proge nitores. Un vacío que intentamos cubrir con nuestras investigaciones.
Desde 2011, llevamos a cabo un estudio de seguimiento de 3000 padres y, según hemos constatado hasta ahora, los síntomas característicos del síndrome de desgaste pueden aparecer en todo tipo de familias. En otras palabras, no solo la enfermedad de un hijo representa un factor de riesgo. Otras situaciones que pueden favorecer el trastorno son, por ejemplo, un déficit en la capacidad para manejar el estrés, una separación y la falta de amigos en los que confiar. Nuestras últimas valoraciones revelan que un 5 por ciento de las madres o padres de Francia sufren síndrome de desgaste, y más del 8 por ciento presenta un alto riesgo de padecer el problema en los próximos años. Ello supone que a un 13 por ciento de los progenitores les atormenta su rol parental. Cabe destacar que este sufrimiento no tiene nada que ver con el estado de melancolía que presentan ciertas madres en la primera semana después del parto. La causa de este trastorno, que se conoce como baby blues, radica en las oscilaciones hormonales que acontecen en la mujer durante los primeros días tras dar a luz.
El síndrome de desgaste parental puede sufrirse independientemente de la edad que tenga la descendencia: también los padres de adolescentes pueden presentar el trastorno; incluso los que tienen hijos de más de 30 años. Pero el desánimo solo se refiere a la vida familiar y a la crianza de los hijos, lo que lo diferencia de una depresión.
Vacío interior
De igual forma que en el síndrome de desgaste profesional, el desgaste parental se caracteriza por tres síntomas principales. En primer lugar, se encuentra el agotamiento. Los afectados se sienten vacíos y al límite de sus fuerzas. En segundo lugar, existe un distanciamiento emocional. Estos padres carecen de la energía suficiente para implicarse en la relación con el niño: se vuelcan menos en su crianza y otorgan menos valor a lo que el hijo experimenta y siente. En tercer lugar, la capacidad de rendimiento e identificación con el rol de padre o madre desaparece, así como la sensación de ser un buen padre o una buena madre. Dos de estos tres síntomas son suficientes para hablar de un síndrome de desgaste.
El término síndrome de desgaste (burnout) describe, originalmente, las consecuencias del estrés cró nico en el trabajo. Pero también el rol de madre o padre puede hacer que algunas personas se sientan agotadas y sobrecargadas.El síndrome de desgaste parental suele tener graves consecuencias para la relación de la pareja y la salud de sus miembros. En el peor de los casos,
puede desembocar en pensamientos suicidas. Algunos afectados desatienden o incluso maltratan a sus hijos. Para evitar el trastorno, los expertos aconsejan rebajar la autoexigencia. Las madres y los padres estresados deben recurrir con más frecuencia a la ayuda de los demás y restringir las actividades de los hijos a un número razonable.
La experiencia parental resulta maravillosa, puede convertirse en una carga. Los padres deben organizar la vida en familia, gestionar las tareas cotidianas y postergar las propias actividades y aficiones en beneficio de los hijos. Ello no representa una carga igual para todas las personas ni en todos los momentos. El estrés agudo aparece cuan do hay un claro detonante acotado en el tiempo, por ejemplo, la enfermedad repentina de un hijo. Y se convierte en crónico cuando la situación se mantiene en el tiempo o le sigue una carga aguda sin que se experimente una pausa para poder recuperarse.
Esta última situación se corresponde con la vivencia de María. Uno de sus hijos gemelos sufrió un traumatis mo craneoencefálico como consecuencia de un acciden te con la bicicleta. Nadie sabía si el niño presentaría se cuelas crónicas. Tres semanas después del suceso, el otro hijo se mostraba inquieto y tenía pesadillas cada noche. A diario, María visitaba a su hijo hospitalizado cuando salía del trabajo. Por la noche no dormía lo suficiente. Sus fuerzas se fueron agotando.
Entre el perfeccionismo y la culpabilidad
Detrás del síndrome de desgaste no siempre subyace una vivencia dramática. La rutina es, algunas veces, demasia do exigente: los padres quieren hacerlo todo lo mejor posible para su hijo. El niño debe estar sano, ser feliz y desarrollarse de forma óptima. Pero, en ocasiones, se llega a casa demasiado cansado de la jornada laboral como para dedicar atención al pequeño de la familia. Faltan tiempo, ganas y paciencia para escuchar, elogiar o ayudar. En su lugar, los nervios se crispan por peque ñeces, a pesar de que la intención era actuar con mesura y amabilidad. Algunas veces también se quiere dedicar el tiempo a uno mismo, aunque no se haya visto al rey de la casa en todo el día. Un deseo legítimo, pero que puede provocar sentimientos de culpabilidad.
La imagen ideal de la familia y sus consecuencias —de masiada entrega y perfeccionismo— contribuye de manera decisiva al desgaste parental. Por ejemplo, una pa reja que trabaja a tiempo completo todo el día y que, de todas maneras, pretende llevar a sus tres hijos a practicar el tenis, a clases de música y de teatro, además de procu rarles alimentos ecológicos no aptos para todos los bolsillos, se encontraría en esa tesitura.
Una vez que el síndrome de desgaste aparece, se suce den otros problemas. «Cuando quería estar con el bebé, aunque fuera por unos instantes, mi hijo mayor exigía atención permanente. Me sacaba de quicio y tenía que controlarme», explica Elisabeth, madre de dos niños. «En el momento en que llegaba mi marido a casa, explotaba. Prefería pagarlo con él antes que con los niños.» Los problemas de pareja y las riñas se incrementan. Incluso la libido puede sufrir a consecuencia del síndrome.
Algunas personas con este trastorno desatienden a sus hijos: no los bañan, se olvidan de prepararles la comida o no les ofrecen los cuidados que necesitan. Incluso se llega al extremo de insultarles o pegarles. No obstante, hasta ahora no conocemos ningún estudio que demues tre que el síndrome de desgaste vaya aparejado necesa riamente a la desatención o el maltrato verbal o físico. Pero todas las personas a las que hemos encuestado nos han informado de tales formas de conducta.
El síndrome de desgaste puede favorecer, además, las adicciones o incrementar las ya existentes, sugieren nuestros datos. La cafeína, por ejemplo, ayuda a los afectados a aguantar la jornada, mientras que el abuso de los juegos de azar o del alcohol les permite desconec tar de las situaciones críticas y relajarse. Kirsi Ahola, del Instituto de Medicina del Trabajo en Helsinki, y sus co laboradores confirmaron en 2006 una correlación entre la adicción y el síndrome de desgaste profesional. En una encuesta con más de 3000 empleados comprobaron que cada punto de más en una escala sobre el síndrome de desgaste incrementaba el riesgo de alcoholismo en un 51 por ciento en los hombres, porcentaje que ascendía a un 80 por ciento en las mujeres.
En la actualidad, nuestro equipo investiga si el suicidio es más frecuente entre estos individuos. Hasta la fecha, hemos comprobado que todos han tenido en algún mo mento pensamientos suicidas, como ocurre entre las per sonas con depresión. Algunos padres explican que querrían «dejarlo todo y desaparecer» para no tener que ocuparse de sus hijos durante más tiempo. En otros ámbitos de la vida, en cambio, se sienten satisfechos.
Este sufrimiento tiene efectos sobre la salud. El estrés crónico puede dañar el sistema inmunitario, el corazón y el estómago. Danielle Mohren, de la Universidad de Maastricht, y otros científicos constataron, a partir de los datos de 12.000 empleados, que las infecciones víricas son más frecuentes si se padece el síndrome de desgaste profesional: la probabilidad de sufrir una gastroenteritis se duplica. Por su parte, un equipo dirigido por Sharon Toker, de la Universidad de Tel Aviv, investigó el estado de salud de alrededor de 8800 trabajadores en Israel a lo largo de tres años. Hallaron que el riesgo de padecer una enfermedad cardiovascular se incrementaba en torno al 80 por ciento entre los empleados con burnout.
¿Cómo pueden prevenir los padres el síndrome de desgaste? En primer lugar, deben estar atentos a los sín tomas iniciales: sensación de agotamiento y vacío, des gana por ocuparse de los niños, desinterés por escuchar los, sentimiento de encontrarse alejado de ellos, pérdida de control de los nervios, así como reacciones exageradas o, por el contrario, indiferencia. Si se confirma gran parte de estas manifestaciones, puede barajarse la posibilidad de un síndrome de desgaste.
Romper el tabú
El siguiente paso consiste en modificar una serie de ru tinas. Un punto fundamental es hablar sobre el tema. Hoy en día, sufrir por ser madre o padre constituye un tabú. Pero las personas que se encuentran en esta situación deberían acudir a un médico o a un psicólogo en busca de ayuda. Los medicamentos no pueden borrar los pro blemas, pero pueden resultar útiles ante un síndrome de desgaste avanzado o los pensamientos suicidas. No obstante, la mayor parte del trabajo es psicológico: debe averiguarse cómo se ha llegado tan lejos y qué tareas resultan más fatigosas o desapacibles. Esto puede variar en cada caso.
Nuestra experiencia revela que, en ocasiones, existen ciertos factores que desempeñan un papel relevante en estas situaciones, entre ellos, la calidad de la relación de la pareja, la forma de educar a los hijos y la personalidad de los afectados. Así, los progenitores «desgastados» suelen ser personas perfeccionistas, a las que les resulta difícil manejar sus propias emociones y reconocer o entender los sentimientos de sus hijos. No saben diferen ciar si un ataque de rabia del niño refleja un sentimiento de pena o si el problema estriba en que no han estable cido límites claros al pequeño, a pesar de que estas son, precisamente, competencias parentales importantes.
El estrés debe reconocerse a tiempo para prevenirlo con medidas adecuadas, por ejemplo, a través de hábitos que optimicen el día a día, solicitar apoyo a los abuelos, organizar y repartir las tareas domésticas, reducir las actividades de tiempo libre de los hijos a un número razonable y optar por alimentos congelados si es necesa rio. Relajarse de vez en cuando ayuda.
Con frecuencia, el problema radica en que uno de los progenitores carece de la colaboración suficiente por parte de su pareja, a quien el trabajo absorbe, o porque la repartición de las tareas hogareñas se asienta en los roles de hombre y mujer tradicionales. De igual manera, resulta frecuente que escasee el apoyo emocional: la pa reja no forma un equipo y discute con frecuencia. Ello no solo afecta al padre y a la madre, sino también a los hijos. Los terapeutas familiares pueden ayudar a encon trar una línea común.
Pero no siempre pueden evitarse las contradicciones y conductas inconsecuentes. Cuando, en un viaje en auto móvil, uno de los progenitores amenaza al niño con abandonarle en la cuneta si no se porta bien, naturalmente no hay que cumplir ese ultimátum. No obstante, si siempre se amenaza con consecuencias que nunca se llegan a cumplir, se pierde credibilidad. El niño aprende que los mensajes de los padres no tienen ningún valor.
En último término, se trata de emplear bien el tiempo juntos. Ello no significa que los padres o los hijos deban obligarse a llevar a cabo actividades que no les producen satisfacción. La familia debería buscar actividades que diviertan a todos los miembros. Y estas no tienen por qué ser siempre de gran valor pedagógico.
La probabilidad de que la madre o el padre sufra un síndrome de desgaste parental no depende de la edad de los niños ni de los progenitores; tampoco del salario de estos últimos. Los padrastros o madrastras, al contrario de lo que quizá pueda pensarse en un inicio, no sufren dicho trastorno con mayor ni menor frecuencia. Un niño difícil y testarudo tampoco basta para desencadenarlo. Pero nadie se encuentra, en principio, a salvo.
Con todo, quien padece síndrome de desgaste no debería perder la esperanza. Aunque parezca difícil salir del pozo cuando las fuerzas desfallecen, se trata de una situación pasajera. Puede durar dos semanas, cua tro meses o dos años. Cuando se supera, se consigue nueva energía y se vuelve a disfrutar de la alegría de ser padres. H